
Buscando huellas en el agua y en el hielo
Por hartazgo o debido a las prioridades impuestas por las guerras en que se hallaba involucrada, la corona española prácticamente abandonó aquel promisorio paso marítimo que descubriera Magallanes y que, años más tarde, provocara la mortal obsesión de Sarmiento de Gamboa. Los piratas ingleses siguieron usándolo pero cada vez con menor intensidad: preferían hacer unas millas más y dar la vuelta por el paso más amable, descubierto -y no declarado- por Francis Drake y que hoy lleva su nombre. Poco faltaba para que los holandeses Schouten y Le Maire encontraran en 1616 el paso por el cabo de Hornos, hecho que determinó la insularidad de Tierra del Fuego.
Esta nueva ruta abriría nuevas instancias para la exploración científica, impondría nuevos desafíos cartográficos y se ofrecería como una puerta a nuevos espacios estratégicos para el reabastecimiento, para el comercio y la explotación de recursos naturales, muchos aún por descubrir.
A fines del siglo XVI, ya el pirata inglés Thomas Cavendish dejaba asentado, en su diario de viajes por la región, una matanza de 14.000 pingüinos y un sinnúmero de lobos marinos para hacer charqui para consumo de su tripulación. Este acto, sumado a otros parecidos llevados a cabo por aislados navegantes ingleses y holandeses, si bien no alteró el ecosistema fueguino, constituye la apertura hacia una actividad mercantil de crecimiento exponencial que llevaría rápidamente al borde de la extinción tanto a lobos como a pingüinos y ballenas, lo que afectó dramáticamente a los humanos que habitaban la región y dependían de esos recursos.
En esta edición intentaremos establecer una secuencia y exponer puntos de conexión entre los sucesos que, aunque hayan tenido motivaciones y procedencias no vinculadas, produjeron consecuencias que, en suma, terminaron modelando la realidad actual de Tierra del Fuego y apuntalaron el abordaje a la región antártica.
Por Fernando Ariel Soto. Colección Aventureros y Pioneros. Balleneros antárticos